Así nació la cuna del azulejo en Alcora, contada por Fernando Maeso

Fernando Maeso,
nacido en l’Alcora en los años 30, dedicó su vida a la cerámica. Con solo 14 años empezó en fábricas locales y, tras aprender el oficio desde la arcilla hasta el esmaltado, llegó a ser gerente durante más de tres décadas. Su historia refleja la dureza del trabajo, el ingenio de los operarios y la transformación de Alcora en referente internacional del azulejo. Además, su trabajo fue reconocido con la insignia de oro de ATC en 2003, desde dónde rendimos un gran homenaje a su figura conmemorando su fallecimiento en Castelló el 15 de diciembre de 2020.
Fernando Maeso,
nacido en l’Alcora en los años 30, dedicó su vida a la cerámica. Con solo 14 años empezó en fábricas locales y, tras aprender el oficio desde la arcilla hasta el esmaltado, llegó a ser gerente durante más de tres décadas. Su historia refleja la dureza del trabajo, el ingenio de los operarios y la transformación de Alcora en referente internacional del azulejo. Además, su trabajo fue reconocido con la insignia de oro de ATC en 2003, desde dónde rendimos un gran homenaje a su figura conmemorando su fallecimiento en Castelló el 15 de diciembre de 2020.
Josep Clar
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Aquí solo sabíamos hacer azulejos, era nuestra vida entera

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¿Cómo fueron tus primeros pasos en la cerámica y qué recuerdas de las condiciones de trabajo en aquellas fábricas?

Empecé a los 14 años preparando arcilla y trabajando con prensas manuales de un solo molde. Hacíamos hasta 6.300 azulejos al día, a mano, y aquello era normal. Los hornos se alimentaban con leña recogida en los montes, muchas veces en condiciones durísimas, y el calor era insoportable. Estuve 38 años sin vacaciones porque los hornos no podían parar. Era un trabajo duro, pero era lo que había: necesidad y sacrificio.

¿Por qué l’Alcora se convirtió en un centro cerámico tan importante y cómo surgieron tantas fábricas en aquel momento?

La clave fue que aquí solo sabíamos hacer azulejos. La agricultura no era competitiva y toda la inversión se centró en la industria. Llegamos a producir más que Inglaterra, Francia o Alemania. Muchas fábricas nacieron de trabajadores que se juntaban, ponían algo de dinero —50.000 o 60.000 pesetas— y levantaban naves muy humildes, que parecían gallineros. Pero con tesón y esfuerzo esas fábricas crecieron.

¿Qué papel tuvieron los trabajadores y la formación en el desarrollo de la industria cerámica?

Durante muchos años no había ingenieros ni técnicos formados: todo se aprendía con la práctica, observando y trabajando. Más tarde empezaron a llegar profesionales con estudios y eso ayudó a dar un salto. Pero el verdadero motor fueron siempre los trabajadores, que con su experiencia y habilidad levantaron fábricas enteras y sacaron adelante el sector.

¿Qué importancia tuvo la innovación y cómo influyó en la evolución de la cerámica?

Cada cambio tecnológico obligaba a reinventarse. Recuerdo cuando llegó el gas: hubo que cambiar la forma de trabajar, desde los hornos hasta los esmaltes. Fue un tiempo de adaptación constante, en el que se pasó de procesos muy artesanales a nuevas técnicas más modernas. La innovación, junto al tesón de la gente, fue lo que permitió a la cerámica crecer sin parar.

Después de tantos años en la industria, ¿cómo ves la cerámica actual y qué la ha hecho tan competitiva en el mundo?

Siempre digo que la cerámica es como una olimpiada: competimos con los mejores países del mundo y no podemos bajar la guardia. El secreto ha estado en la capacidad de superación de varias generaciones, en la innovación constante y en el esfuerzo de trabajadores y empresarios. Esa mezcla es lo que mantiene viva a esta industria, que sigue siendo un referente internacional.

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